Seamos idealistas, pidamos pragmatismo.
- Luciano Amatte
- 11 feb
- 6 Min. de lectura
Hace algunas semanas estuve en un pequeño seminario que se realizaba con dos representantes del partido republicano. Si bien los sofismas e hipocresías estaban a la órden del día parecían ser sinceros en cuanto a la visión respecto a la conquista de Trump o, en otros términos y más interesantes, el porqué de la derrota de Harris. Se refirieron en particular al foco de Kamala Harris en lo que llaman corriente “woke”: todo aquello referido a identidad de género, feminismo, derechos LGBT+ y todos los elementos que evocan “diversidad” (sexo, etnia, género, etc).
Al referirse a todo ésto, los disertantes republicanos, no lo hacían con desprecio ni tampoco cizaña contra el colectivo “woke”. Sus reflexiones eran prácticas: Harris había optado por enfocarse en el núcleo duro de la identidad de género y desde allí crear su imagen.
Debemos permitirnos reflexionar sobre la idea de “núcleo duro” y asociar la expresión con su comportamiento en la física. Un objeto denso, un “agujero negro”, la ideología política condensada en un “núcleo duro” que procura la “gravedad” y atracción suficiente para sumar otros segmentos de la sociedad a las filas de “mí visión-partido”.
Lo interesante de la construcción de Harris es que basó toda su plataforma en esos elementos de funciones simbólicas. La paradoja, especialmente en países anglosajones, es que la política se sostiene por pragmatismo y determinaciones concretas (utilitarismo, positivismo, eficiencia, etc). Si hace algunos años, durante el debate sobre la despenalización del aborto, es que Dario Z decía que había que “hacer política y no metafísica” es que podemos remarcar lo mismo indicando que hay que luchar por la conquista real y no dejarnos seducir por la ganancia simbólica. No hay ganancia porque no hay “pérdida” del otro lado. Al igual que en la economía, es que en la política no existe el win-win porque es un juego de suma cero.
Pero volviendo sobre aquellos políticos del norte (Harris y Trump), ambos utilizaron diferentes focos para crear ese núcleo duro que pueda crear atracción gravitatoria sobre el resto de la población. Se elige un grupo que ayude a integrar otros segmentos de la población. Al final del día es que las democracias, si bien con sus falencias estructurales, son la predominancia de los números, y punto.
La ruina de la política es el purismo de la ganancia simbólica: poner una X en el DNI o cambiar la forma en la que me represento a mí mismo en fonemas. Lo que sucede es que el “no-acompañamiento” de ciertas corrientes (del progresismo y del woke-ismo) genera la fractura donde cualquiera que no busque esa máxima fusión del espíritu de empatía y diversidad está parado en la otra vereda. Cuando la punta de lanza-núcleo duro se basa en la culpa es que se fractura la posibilidad de conectar con las masas. Es decir, el efecto del progresismo y del aparato woke demanda unidad aseverando que hay un orden ontológico de lucha política donde todo lo concerniente a identidad de género es principal y primero antes que el resto de los elementos que circundan alrededor de la vida del individuo y sociedad.
Porque es aquí donde se acusa al otro de conservador y se dice “es que quizás a vos no te importa, pero esa lucha por la identidad del individuo es importante para muchos!”. Si, lo es, pero no considero que sea el orden de los factores, la estructura ontológica correcta para direccionar la política del momento. Lo mismo puede decirse sobre ensamblar cohetes para poblar Marte: una proeza interesante pero está fuera de sintonía con la situación presente del planeta entero. Entonces hay luchas sociales creadas desde lo individual hacia lo general y otras que lo son de lo general a lo particular. Repetir que el “individuo” es lo primero es imposibilitar la construcción política desde lo general. He aquí donde el posmodernismo ha llevado la histeria filosófica a su grado más pasivo.
Pero es también claro que la acusación en general, la función reactiva del movimiento progresista y woke, tiende a imponer la culpa y la lástima en aquellos que “no están a la altura” porque todo cuanto no esté alineado es enemigo o contraproducente. Mi empatía, antes que nada, va para con el trabajador que se despierta a las 5.30 am para tomar dos mates, salir a tomarse el bondi para llegar a la estación de Ezeiza y tiene todo un largo recorrido en el tren Roca hasta la capital para trabajar en una obra todo el día y luego volver exhausto a su casa para repetir el proceso eternamente. Pedirle empatía a todas las masas de personas que se encuentran en esas condiciones es simplemente histeria sino una cruel burla.
Nada de lo anterior parece seguir un materialismo histórico ni alguna mínima reflexión marxista sino un puro idealismo e intangibles de la fantasía. Así es como se pierde la conexión con las masas y los trabajadores imposibilitando la creación de acuerdos y transformar las sociedades de manera efectiva y empírica.
La efectiva conquista de lo tangible (condiciones de vida) sostiene la posibilidad de construir más y mejor conocimiento, tiempo libre, recreación, gusto, placeres y canalizar el ocio en elementos del desarrollo elevado del ser humano. No como “placeres burgueses” sino como la debida socialización de los recursos para crear desde una visión macro una sociedad que pueda progresar sobre sí misma, reflexionar sobre sí misma.
Antes de arribar a esa empatía transcendental como final de la historia humana es que las necesidades materiales deben ser cubiertas, caso contrario generan un alto rechazo en la población y quedan a la deriva sin exponentes que los representen.
Todo ésto me lleva a identificar esa fijación de Trump y Javier Milei en contra de el movimiento woke y la identidad de género como la mejor “diversión” y distracción que puede ofrecer a sus oponentes para que se rasguen las vestiduras, expongan cánticos, los llamen “machirulos” y puedan manifestarse porque, al final de día, no hay transformación efectiva de la realidad. Es la teoría de la hiper expresión y “libertad de expresión” donde todos pueden decir pero nadie puede construir teoría dura y hacer. Así es como Meta, X y demás permiten a las poblaciones el “me van a escuchar” pero que en sí no construyen teoría trascendental ni aportar a la construcción de contrapoderes. Se manifiesta un contrapoder “a la carta” para solidificar la imagen del poder.
Los trabajadores siguen en condiciones cada vez más precarias, la inflación aumenta, las fugas de divisas continúan, la toma de deuda es la única forma de estabilizar la moneda de manera circunstancial y quedará un sin fin de problemas de la economía real en manos del presente y transferido al futuro (a los niños de hoy que serán los trabajadores del mañana).
El progresismo y el woke-ismo han tomado el estandarte del “indignómetro”, cosa que era propiedad del conservadurismo. El famoso “A vos te parece…?” y el “Me van a escuchar” ha sido suplantado por el progresismo que pone banderitas en las redes sociales y se regocija en mostrarse empático para ensalzarse. Nada queda de la construcción de sociedad ni cambiar la agenda de debate. ¿Qué ocurre si discutimos salario universal? ¿Qué ocurre si hablamos de socializar los recursos naturales como el petróleo y el litio? Emulando así a “países serios” como Noruega. Reducir las jornadas laborales para poder construir mejor sociedad, comunicación, atención en las familias y mejorar el descanso de la sociedad, etc. etc. etc. Poner en la agenda las discusiones de sustancia política y no del espíritu posmodernista que fragmentan cualquier tipo de comunicación.
Las izquierdas nunca han funcionado con la dulzura y el cariño apelando a las buenas costumbres y la empatía sino sabiendo que la realidad está constituida por la fuerza y el poder. El debate del bien y el mal es arcaico.
Dentro de todo este problema es que viene el recuerdo de unos comentarios de Esteban Bullrich hace algunos años hablando en la Academia Nacional de Educación donde decía que: la estrategia es abrir varios frentes. Abriste doce frentes de lucha y mientras te combaten uno es que los otros once proyectos pasan. (el video a pie de página)
La política no opera por idealismo sino por pragmatismos. Hacer política y no posmodernismo! Lamentablemente, somos naciones que continúan atadas a la poesía y la abstracción que nos permite regocijarnos en nuestros símbolos. Pero tal cosa es una confusión entre lo social y lo personal. Mientras que los representantes como Milei y Trump atacan al movimiento woke es que le dan más herramientas para que se concentre y se abstraiga de la realidad mientras que las masas siguen sin dirección pragmática para construir política social.
Es así como las derechas entronizan al woke-ismo y el progresismo para ponerlos como enemigos, antítesis, siendo que en sí mismos carecen de sustancia pero eso les permite ocupar el lugar de contra-poder. Se les apaña para regocijarse en que son la única “línea de defensa” contra el totalitarismo y el fascismo. Así es cómo solo estorban y ocupan el espacio que debería ser integrado por un pragmatismo político de construcción social que pueda poner en la agenda un nuevo grupo de paradigmas y conquistas económicas, materiales y efectivas de la transformación de la vida material-ciudadana que provee una estabilidad a largo plazo. De lo macro a lo micro, de las decisiones conjuntas a la libertad individual.
Hay que elegir, pero no es uno u otro, no es elegir entre ser únicamente pragmáticos o únicamente idealistas, sino saber que tenemos que construir de manera pragmática a efectos de crear las condiciones que posibiliten el desarrollo de ideas e ideales.
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